Supongo que a veces, lo de ser ser “profeta en la tierra de unø” tiene su aquel. Yo no creo que fuera profeta la tarde que volví a mi tierra a presentar el Manual Incompleto de Creatividad, DARTE DE COMER CON EL PLATO VACÍO, pero lo cierto es que Escalopendra, ese lugar lleno de magia, originalidad y voluntad propia, rezumaba un ambiente rebosante de cariño, un espacio que de cercano se convirtió en familiar, y de familiar, se hizo cercano.
Mi manual de creatividad fue el primer libro que se presentó en este ambiente íntimo que como tal, se hace a sí mismo a fuerza de cuidados, belleza y buen hacer, abriéndose camino, incluso en lugares tan aparentemente “recios” -como los ambientes castellanos y quién sabe si también los manchegos- para abrir las puertas de par en par e invitar a entrar, justo ahora que esas puertas nos parecen más cerradas que nunca, o mejor, con el deseo ferviente de que sean abiertas antes de lo que hayamos planeado. Ahora, que hace casi un año que Iván Casuso de Inventa Editores y yo estuvimos mano a mano presentando este “antimanual” delante de las miradas atónitas de quienes creían que podría estar hablando de un libro de cocina o de una novela donde la protagonista tuviera un afán desmesurado por comer bien, o quién sabe, por poner la mesa de una forma protocolaria o bizarra, cuando lo que en realidad se encontraron fue una invitación a transitar la creatividad y los procesos de creación a través de lo cotidiano, eso sí, acompañadøs de un buen vino y una dimensión de lo artístico que hace las veces de un enclave sin igual, porque si algo nos ofrece Escalopendra es ese tríptico perfecto donde se compaginan arte, buen vino y mejores libros, en los que cada cual puede deleitarse a golpe de copa, palabras o una mirada más allá de lo que se cuelga tras las manos de un o una artista en las paredes de su espacio.
Escalopendra es eso y más. Es ese lugar al que llegar cuando una vuelve a su tierra, un proyecto valiente que se convirtió en una pequeña claraboya donde encontrar una conversación que se deshace entre un paladar lego en ese tema y a la vez deseoso de dejarse llevar por el conocimiento en materia enológica de Javier Albareda. Una mesa compartida –como tantas veces fantaseamos con lo que ocurre en el moderno Berlín- sin más deleite que aunar conversaciones y sacar o no, algo en claro, algo que mueva el mundo o que al menos, lo agite, como se agita la vida con la primavera, así, sin darle más vueltas. Porque hace un año ya que anduve por aquel lugar presentando en carne y hueso el trabajo de muchos meses de escritura, ahora, que tanto la carne como los huesos se han quedado relegados a los espacios de la intimidad absoluta que nos dejan las 17 paredes de una casa, a veces cruel y otras increíblemente reconfortante, en el deseo insondable de incurrir sobre nosotrøs mismøs y sacar en claro algo nuevo, algo reinventado, algo, sin duda, creativo en su singular esencia.