El sujeto absoluto. Historia del retrato de Aziz.

Obra de José María Albareda

No hay nada más poderoso que el rostro pintado para atrapar el tiempo; en las texturas de la piel, en los pliegues y arrugas de la cara, quedan marcadas las vicisitudes del personaje y su trayectoria temporal, es la magia que nos ha acompañado en toda una trayectoria de grandes retratos en la historia del arte. Como dice Muñoz Molina “uno de los motivos principales es que el cuadro nos enfrenta de una manera radical e inmediata al misterio más común y a la vez el más difícil, el de la identidad humana”.

En las pinacotecas, si observamos a los espectadores de los grandes cuadros de personajes históricos, siempre podemos observar que, en cada uno de estos retratos, el observador se detiene más tiempo que en el resto de las obras, y es que el retrato atrapa como ningún otro género. Es observando detenidamente al personaje cuando nos enfrentamos a una identidad humana que allí se nos muestra con toda su crudeza y plenitud a pesar del tiempo, esa es la impronta que transmite el retrato, siendo quizás la forma más misteriosa de representación que aporta el arte.  

Según los últimos estudios sobre la historia del arte, la pintura sobre este género nace en occidente como descendiente directo de la pintura de paisaje. El observador que ha aprendido a mirar el mundo de la mano de los grandes paisajistas, será el que mirará a la representación de los hombres.

Esto es porque como venimos comentando el retrato, como también algunos paisajes, establece un vínculo directo entre el artista y el modelo a reflejar.

Con los grandes artistas del renacimiento, especialmente Giotto, quién al retratar a su gran amigo Dante Alighieri, da un giro a este género, recuperando aspectos ya olvidados desde la antigüedad. Descargado de simbologías religiosas, el cuerpo humano representado en el rostro del amigo, nos da uno de los grandes retratos del genial escritor, y con ello introduce este género de lleno y ya sin connotaciones externas en la pintura moderna.

El gran reto del retrato es ese estado de trascendencia que supone el paso de unos pigmentos mezclados con aglutinantes y que reflejen los diversos estados del alma, ese momento mágico que supone pasar de los signos externos de la persona, para reflejar su vida interior, transformar el arte en psicología, se trata de atrapar la identidad más profunda del sujeto, es como un tipo de alquimia, trasforma materias inertes en una realidad completamente nueva.

Toda obra de arte, es un acontecimiento en sí misma, en el sentido más contundente del término, hace surgir en la superficie del lienzo la más profunda impresión de las cosas, pero desde su propia esencia singular. El retrato más que otro género subraya este aspecto, es el ejemplo más potente de la adaptación del arte a recoger el parecido con lo real allí representado.

Otro aspecto que merece la pena ser destacado es precisamente que, a partir de la trascendencia del personaje retratado lo que se pretende por encima de todo es expresar, no comunicar. La expresión es suficiente y finalidad en sí misma, porque todo pasa en el rostro, el semblante es un mapa por recorrer y todo pasa en ese espacio inmenso e intrigante.

El retrato de Aziz

Conocí a Aziz por casualidad, tenía una tienda de chuches frente a nuestro estudio. Su personalidad inquieta, observadora y extrovertida, le llevaron un día a asomarse a ese lugar intrigante frente a su tienda, a ese rincón extraño con pinta de almacén abandonado, casi siniestro, donde dos personajes solitarios, a ratos pintaban. Un día entró con miedo y curiosidad y su sorpresa iba en aumento ante los cuadros que no a acaba de comprender según él, porque en un cuadro debe aparecer el Sol por alguna parte, quizás por la añoranza de su tierra natal, siempre decía que sin el Sol un cuadro está sin acabar. Allí estaba, pues Aziz con esa mirada tan penetrante e intensa, tan curiosa ante todo lo que allí se ofrecía por extraño y novedoso, pero sobre todo desconcertante que, preguntó si podría asistir a nuestras sesiones de pintura como observador y sin molestar. Por supuesto le dijimos que no había problema. Y, como una parte más de aquel lugar de materiales pictóricos, cuadros por los rincones, estanterías repletas de catálogos y botes de pigmentos ya con solera, nuestro futuro modelo se sentaba en un taburete en una esquina y se deleitaba mientras no le llamara alguna vecina o niño para pedir su ración de pan o chuches.

Un día no pude por menos que asombrarme ante esa mirada poderosa e inquieta que escrutaba todo con intensidad y automáticamente me planteé realizar un retrato de nuestro nuevo amigo. Por supuesto aceptó si a cambio, le pintaba el escudo del Barcelona ya que era fan incondicional del equipo de la capital condal. Hicimos pues el trato y le hice posar de varias formas hasta que elegí la que creí que mejor reflejaba esa potencia expresiva que tenía en la mirada. Hace poco leí en un ensayo sobre este género que el alma se expresa con más claridad a través del rostro, seguramente es cierto y desde ese punto de vista se entiende la gran aceptación y presencia de este género pictórico a través de la historia. Desde esta humilde premisa, pero con toda la confianza que me permitía abordar un retrato de quién se ofrecía sin otra pretensión que simplemente posar me lancé a esta empresa. Elegí un formato especial, un formato mayor de lo que suele ser habitual para este tipo de obras y, allí puse toda la intención teniendo la ventaja de no tener el sometimiento al criterio de un cliente demasiado insistente en conseguir el parecido o, a un resultado final que no fuera el que me apetecía a mí como autor. Con estas herramientas afronté la tarea en varias sesiones intentando también sobre todo que primase la primera intención, lo expresivo del gesto más espontáneo y la idea de captar de forma más inmediata el semblante que más reflejase a Aziz.

Texto de José María Albareda para Escalopendra

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